Que duro es a veces ser adulta, sobre todo para incorporarse al trabajo. Después de tres semanas en el Pindo, el día que tuve que subirme al coche para volver a la realidad, lo hice resignada y sin mirar atrás. Cuando en realidad lo que hubiera hecho es sujetarme fuerte a la verja de la casa, llorar y gritar como una loca que quería quedarme, pero como os digo, la primera opción era la mejor como persona adulta y madre de dos niñas, que de lo contrario me hubieran mirado incrédulas L
Lo cierto es que este verano fue uno de los más tranquilos y relajados. Por fin, pude hacer unas etapas del Camino de Santiago, lo que me fascinó y será difícil que no repita todos los años. Y por otra parte, disfruté de cada momento con mi familia, con mis tíos y primos a los que adoro, disfruté de los amigos que pude ver, de unas cervezas relajadas y de cada cosa preciosa que Galicia me da; como la brisa fresca del mar a horas solitarias, disfruté de los paseos por la montaña cayéndome el “chiribiri” en la cara, disfruté del chubasquero, del olor a laurel, hinojo, pino, eucalipto, a humedad, a salitre, a comida gallega, disfruté del despertar con el sonido de las gaviotas, de Isabel Allende, de mis hijas, de Diego, de los fullados de mi tía Manola, de los calamares y caballas pescados por papá, de los abrazos, de las cenas, disfruté de la casa de mis padres, del olor a sábanas limpias de mamá, de sus vieiras, a dormir abrigada hasta las orejas, disfruté escribiendo y dibujando, de los paisajes… y es que en Galicia crezco y soy FELIZ.
Y ahora a trabajar!!!!! ¿Duro ehhh?