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09 junio 2010

De Catadau a Florencia.

No sé si será el calor de junio, el aroma fresco de las macetas resguardadas del sol bajo los toldos, lo apetecible de tomar un helado al caer la tarde mientras paseas por calles estrechas… pero algo ocurre en este mes que lleva mi memoria a Florencia.



Ayer, mientras me dirigía a mis clases semanales de inglés, pasé caminando por la plaza de Catadau y ahí estaba, la calle estrecha sin salida con su toldo rayado, bajo él, macetas de colores oprimidas entre sí luchando por un pedacito de sombra. Me encontraba en el centro de la plaza, mirando aquella calle una vez más. Seguramente poca gente se haya parado a contemplarla, y ni siquiera sepan que es lo que miro, pero para mí tiene algo especial. Desconozco las manos que se ocupan de mantener el encanto, el colorido y la frescura de aquella sombra, pero seguramente sea alguien de edad y con cariño por las pequeñas cosas, por que se molesta en tener un rincón bonito, limpio, fresco y con vida en la puerta de casa, como hacían nuestros abuelos.



Fue inmediato el recuerdo de aquellos viajes a Florencia, han sido varias las ocasiones en que he podido disfrutar de su esplendor. La primera vez fue hace unos diez años, nada menos. Ya he olvidado muchos de los detalles de aquel viaje. Iba con una compañera de trabajo, Begoña. Ella se encargó de introducirme en la cultura italiana antes de emprender el viaje. Me pasaba apuntes con las frases que más utilizaríamos y me contaba historias sobre la ciudad. Recuerdo que era un verano muy caluroso, como todos allí. Pero lo que más perdura en mi memoria es la llegada de noche a la ciudad y de inmediato visitarla. La noche era cerrada, caminábamos por una calle estrecha hablando de todo lo que teníamos que hacer y de súbito, salimos a la plaza de San Giovanni, allí estaba su imponente catedral Santa Maria del Fiore, su mármol blanco relucía tanto bajo aquel cielo marino que tuve la sensación de vivir un momento del pasado. Nunca ninguna arquitectura hasta aquel momento me había dejado tanta huella.



En viajes posteriores, que han sido decenas, fui conociendo mejor su arte y tesoros: torres singulares, imponentes plazas, calles y puentes sobre el río Arno, pintores al aire libre que me hipnotizaban y enredaban el tiempo, a los que acababa por comprar su obra, o mercadillos artesanales y coloristas en los que siempre aprovechaba para comprar algún regalo. Me enamoré de aquella ciudad poco a poco. Ahora volvería de nuevo pero de otro modo. Recorrería la Toscana a mi ritmo, con mi familia, sería perfecto en una autocaravana. Visitaría viñedos y culturas antiguas italianas, me empaparía de sus gentes longevas, sin ningún refinamiento. Este es otro de mis sueños y que no dudo cumpliré.






Desde aquel primer viaje del que os hablo, colecciono películas italianas, incluso tengo algún libro que adquirí en aquellos viajes o que me ha regalado una amiga de mi madre. Voy a clases de italiano los sábados, cada vez que puedo veo el canal internacional y reconozco que me resulta muy curiosa su sociedad.




Pues ya veis, solo con visitar la plaza de Catadau, mucho más tranquila que cualquiera de Florencia, con sus abuelillos sentados en las mesas de la terraza del bar Virginia, el Mistral o el Cava, bebiendo un refresco o jugando al dominó, es suficiente para viajar hasta Florencia :-)

1 comentario:

Belia Guerras dijo...

Os debo la foto del callejón de Catadau, aún no he podido ir a hacerla.